Una semana después de entregar mi currículum vitae empecé a recibir llamadas de las diferentes empresas. En una de ellas, me citaron lejos de mi domicilio, y comparé los pros y los contras de esa oferta. Horas más tarde me lo volví a plantear y decidí acudir a la entrevista.
Intenté recordar otra vez, todas las recomendaciones que la profesora nos había hecho en clase, sobre como debiamos de saludar, cual debía de ser nuestra vestimenta, como debiamos de responder a las preguntas que nos planteara el entrevistador y otras cuestiones.
Aquella mañana me desperté muy temprano para dirigirme a la empresa y no llegar tarde, nada más levantarme me metí en la ducha, desayuné y elegí la ropa que consideré más apropiada para la ocasión. Una vez preparada, me dispuse a salir.
Llamé a un taxi y en menos de una hora ya estaba frente a la oficina, llegué diez minutos antes y una recepcionista me hizo pasar a una sala de espera. Una vez allí para calmar mis nervios, decidí repasar las posibles respuestas.
Minutos más tarde escuché mi nombre en una voz; seria, e inquieta, acudí a su llamada.
Al fondo de la sala, se encontraba un hombre mayor y con gesto serio me indicó mi sitio.
Las preguntas que me hizo me resultaban incómodas, y por su gesto aprecié que mis respuestas no le convencían. Al salir de la habitación, no me encontraba muy satisfecha por cómo me había ido. Así que decidí quedar con unos amigos para olvidar las malas sensaciones de aquella mañana.